miércoles, 30 de junio de 2010

Somos del medio


...Por lo tanto siempre nos meten en el medio. No tenemos chance de escaparnos hacia los costados, ni en palabras, ni en acciones demostrativas y hasta en los estético vivimos cagados por los medios.
Y no hablo solo de los de comunicación que nos confunden, mienten y desarrollan sus análisis como se les antoja.

En clasificación o distinción de clases por lo general pertenecemos en el medio, aunque no sea así. Los ricos, a veces, se proclaman "de la clase media" para no llegar a la ostentación. Otros como Ricardo Fort - no puedo creer estar escribiendo su nombre- asaltan la excepción al caso del medio.
Los pobres, para no decir que son tan pobres dicen ser de la media, solo porque en muchas ocasiones las personas se drogan con prejuicios sobre la mierda de la clasificación de una persona.

Al margen de los estereotipos humanos económicos, existe otro problema. No hace falta mucha explicación, hijos de padres separados/divorciados, involuntariamente, se encuentran en el medio.

Si estas indeciso, oportunamente, te hallas en el medio.
Si te mandas una cagada, definitivamente, permaneces entre la culpa y la buena acción.
Si algo te da lo mismo, seguís en el medio.
Si queres quedar bien con todos, permaneces en el medio, porque como dice el dicho "quedas bien con Dios y con el Diablo", o sea.....ya saben donde están

Ni hablemos de los que se encuentran en el medio de una relación amorosa.

Será que nos encanta el medio, el diome, estar "entre"....

¿Nos gusta ser el fiambre entre dos rebanadas de pan?


lunes, 14 de junio de 2010

Antes del puntapié inicial

Acostumbrados a vivir cerca del retraso tan cotidiano, me desperté tarde- por no decir demasiado-, apenas minutos antes del gran momento.

Desplegué los pies en el piso -no se cual primero, seguro fue el derecho-. Ante una mañana nublada y entre la llovizna molesta decidí entregarme a la ducha transformadora de buen humor, elegí la ropa que descansaba en el piso, me empilche para la ocasión y no suelta de abrigo (campera, gorro y bufanda) abrí la puerta de mi casa con el fin de ver la mañana con otro color de ojos.

Debo admitir, las primeras miradas se desviaron hacia los perros vestidos -también con bufandas-, al rato, llegando a la avenida Rivadavia, las palpitaciones surgieron efecto, entre otras cosas, porque ya sabía sobre mi retraso (respecto al tiempo, ya que mis problemitas mentales existen hace rato). Y, asimismo, sospechaba que mis amigos iban a tener las palabras adecuadas para crucificarme apenas cruzase la puerta: “vos si que la hiciste bien. Llegaste tarde para no ir a hacer las compras”. Y si, tenían razón. Mirándolo así, tiré a chanta.

Mientras avanzaba, las familias corrían alegres, algunas mujeres permanecían caminando, pero en las cintas de algunos gimnasios –hecho totalmente inexplicable-. Los más chicos aceleraban sus pasos, sobre la avenida, con el fin de no perderse absolutamente nada de la historia que se pegan en los álbumes de figuritas. Las panaderías no daban a vasto con las medialunas, los cañoncitos, los vigilantes y las tortitas negras, ya que iban a oficiar de bulto dulce y silencioso para intentar mantener a los maridos sin gritar, al menos por unos segundos. Los carniceros permanecían locos y dispuestos a tirar pedazos de carne, como si fuesen piedrazos, a quien se atreviera entrar segundos antes de la magnifica apertura; los verduleros no lanzaban el tomate y la lechuga por la cabeza de los clientes, solo para aparentar ser cortés; otros locales directamente anunciaban el cierre durante dos horas; las peluqueras estaban disfrazadas y sin ganas de chusmear; pero la nota de color fue para los automovilistas, los repartidores de todo tipo de productos condenados a trabajar ese bendito día. Ellos fueron quienes, con sus bocinazos y banderazos, marcaron la aproximación de la hora clave, del momento justo.

Señores, Dios se aproximaba con traje y candado y solo dos especies de humanos no estaban frente al LCD de 50 cuotas y no se cuantas pulgadas. La primera especie tiene características bastante conocidas: manejan (muy mal), son hombres, en su mayoría se ganan el premio al mal humor, no saludan y son capaces de tirarle el automóvil cerca de un charco con el único objetivo de mojar a al pobre individuo que se encuentre en la vereda. Si, acertaron, el primer espécimen se trata de los colectiveros.

La maldición se echó sobre ellos. Mejor dicho, la maldición del D10s cayó encima de los tipos con toppers blancas. Andar aumentando el ruido del motor para imposibilitar el grito de una ciudad entera al momento del cabezazo de Heinze fue una guachada inmensa, no lo voy a negar. Igualmente, fue un poco drástico e injusto, además, para la otra especie humana que no quiso levantarse temprano y –ups- llegó tarde con un insuperable objetivo: presentarse cuando la picada ya estaba, muy bien presentada, en la mesa y con la carne en el horno.

martes, 8 de junio de 2010

Clemencia

Cuando pegamos el estirón, es momento de meditar. Y cuando nos ponemos a buscar casa para empezar a volar solos es tiempo de analizar, la tiranía de la vida, que deja de ser cómoda y acolchonada, como “dios” manda.

Desde ahora, la vieja no va estar para dejarme la comida a temperatura, de hecho lo más probable es que almuerce milanesa de soja dura, porque solo ella sabe el tiempo exacto de horneado.

De ahora en más, voy a tener que reponer yo el papel higienico del baño, y si por una de esas casualidades se me llega a olvidar colocarlo ¿a quien voy a gritarle de forma urgente y desgarradora para que me lo alcance? Nadie

Y si me enfermo ¿quién me traerá la comida a la cama? ¿Quién me dará el antibiótico? Y ¿Quién se quedará al costado de la cama esperando que la fiebre baje? Nadie


Esto de crecer no esta muy copado. Buscar el hogar apropiado es un quilombo, soy un desastre para las cuentas. Por segundos me ilusiono con las ofertas increíbles, pero vasta llamar a las pelotudas de las inmobiliarias para que te bajen la ilusión de ondazo, con respuestas como “ya esta alquilado, que lastima, era una oferta” y en la segunda te matan el doble diciendo “para entrar necesitas: un mes depósito, quinientos meses de adelanto, debes hacerte cargo del sellado, etc. En total son unos cinco mil pesos.” Pido piedad.

De verdad, pido clemencia hacia los jóvenes que buscan una propiedad adecuada para alquilar. No solo tenemos que hacernos cargo de todo, sino también debemos desprendernos de las comodidades, geniales, que acarreaba vivir con mamá.